Divulgar la Historia de la Tierra ayuda a comprender el poder transformador del tiempo, dice paleontólogo Luis Espinosa Arrubarrena
(Public.ado 16/08/20) Texto: Antimio Cruz . FOTO: UNAM Luis Espinosa Arrubarrena participó, a fines de los años 80s, en el descubrimiento y recuperación del primer dinosaurio recolectado en México, que se localizó en Coahuila y actualmente se encuentra en exhibición en el Museo de Geología, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Santa María la Rivera, Ciudad de México.
Este paleontólogo con un largo recorrido científico y biográfico es parte del equipo que logró el rescate y conservación de más de 7 mil fósiles de peces y animales marinos en un lugar llamado Cantera Tlayúa, en la región mixteca de Puebla; mantiene un intenso trabajo de divulgación de ciencias de la Tierra con talleres que llegar a reunir entre 15 mil y 17 mil personas (Encuentro con la Tierra); trabaja como Jefe del Museo de Geología de la UNAM y todavía tiene tiempo para ser vocalista de una banda de rock llamada Jurassic Band.
Ahora, en entrevista para los lectores de Crónica, habla de su trabajo como explorador, investigador y divulgador, con especial énfasis en una idea: es importante enseñar a los niños y jóvenes la Historia de la Tierra para ayudar a comprender lo poderosamente transformador que es el tiempo.
“Todos podemos disfrutar de los paisajes y los ecosistemas que hay en nuestro planeta, pero cuando tenemos un poco de conocimiento de geología, no sólo vemos esos paisajes en tres dimensiones, le agregamos una cuarta dimensión que es el tiempo. Así podemos ver que donde hay bosques hubo mares o donde hay selvas hubo desiertos. Así también podemos entender que ciertas condiciones ambientales como el clima son frágiles y pueden cambiar en un tiempo corto, en comparación con la edad de la Tierra, también se puede decir que nuestro país es un mosaico fascinante que no ha terminado de conocerse”, comenta el universitario nacido en la colonia Doctores de Ciudad de México, pero cuya infancia transcurrió entre el Centro Histórico, cerca de la calle 20 de noviembre, y la colonia Narvarte. Después, en su juventud temprana, estudió la carrera de Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM y luego el hilo de sus pies lo llevó por tierra y mar a estudiar tiburones blancos, peces fósiles, huesos de dinosaurios y otros indicios de la nutrida relatoría de nuestro planeta.
“Últimamente por mi trabajo de divulgación de las ciencias de la Tierra me he diversificado y ya no tengo un proyecto particular de investigación”, comenta Espinosa Arrubarrena, quien también es profesor de la materia Geología Histórica y de México, en la Facultad de Ingeniería, e imparte Interacciones e Historia de los Sistemas Terrestres, dentro de la licenciatura en Ciencias de la Tierra, en la Facultad de Ciencias.
“Yo comencé estudiando en la Facultad de Química, pero me cambié a la carrera de biología porque me interesaba el fenómeno de la vida, pero es más preciso decir que me interesaba conocer la naturaleza, pues también quería entender los volcanes, los sismos y quería estudiar cómo evolucionaba la vida; un poco parecido a los naturalistas del siglo XIX. Mis papás no se dedicaron a la academia, ellos eran comerciantes. Yo no puedo decir, como muchos científicos, que desde joven conocía cuál sería mi vocación, sino que fue el camino el que me la fue presentando”, dice este naturalista de los siglos XX y XXI.
El jefe del Museo de Geología cuenta que tuvo uno de sus primeros grandes trabajos en Baja California estudiando y acompañando a investigadores de Estados Unidos a estudiar el tiburón blanco. Ese animal fascinante, con ancestros prehistóricos como el Carcharodon megalodon, es difícil de analizar porque al morir sus restos se desintegran, quedando únicamente sus dientes.
Ya trabajando para la UNAM, Luis Espinosa colaboró en el rescate de fósiles marinos y continentales en la mixteca poblana y fue en un congreso científico de paleontólogos en el que surgió la posibilidad de ir a estudiar la maestría en Paleontología en la Universidad Estatal de California, en Long Beach.
Hijo único y también padre de un solo hijo, Espinosa Arrubarrena tuvo oportunidad de trasladarse a vivir a California con su esposa, Lucero Fernández Reza, y su hijo, Cristobal. Ahí, al mismo tiempo que estudiaba la maestría trabajó en el Museo Historia Natural de Los Ángeles, con la colección de tiburones fósiles.
Años después, ya en México, participó en las expediciones en la región norte de México en busca de restos de dinosaurios, con análisis prospectivos muy calculados y con mucho trabajo de campo.
“Es importante decir que todo hallazgo de dinosaurios se logra gracias a la gente, a lo que ellos cuentan de lo que han escuchado o lo que han encontrado en sus recorridos. Esa imagen del paleontólogo que se mete 30 días al desierto y encuentra él solo un dinosaurio no es tan real como uno pensaría. Hay que saber esto porque los investigadores tienen que trabajar mucho con la comunidad. Muchas veces cuando andas haciendo trabajo de campo y no te conocen te pueden arrestar porque desconfían. A mí me han llegado a meter a la cárcel en comunidades hasta que no comprueban que nuestros fines son científicos. “Además, ahora es peor, puedes encontrarte solo, en el campo, con gente de la delincuencia organizada”, dice el científico que desde hace 30 años ha ubicado su lugar de residencia y descanso, con su familia, en Xochimilco, cerca de Tepepan.
“Le puedo decir que no hay nada igual a lo que siento cuando veo los ojos de alegría de los niños y jóvenes que entran corriendo al Museo de Geología para retratarse con el dinosaurio. Sé que los dinosaurios causan una fascinación especial en la psicología de las personas y ahora trabajamos mucho para que esa fascinación la sientan con toda la Historia de la Tierra. Creo que es importante dar a conocer este trabajo para dar aliento a las personas en medio de tantas noticias malas”, concluyó.